Fragmentado por la lengua: ¿cambiamos nuestra voz al hablar en otro idioma?

Abr 20, 2023 | 0 Comentarios

Cuando hablas en una lengua que no es la tuya utilizas otro tono de voz.

«Dale la bienvenida a un nuevo tú» parece una frase rebuscada, pero ampliamente repetida, que lo mismo te encuentras en la publicidad de un gimnasio como en un libro de autoayuda financiera o en el lead magnet de una academia de idiomas… y aunque te digo eso un poco en tono de mofa, quizás en el último de los casos sea literal. ¿Has notado que cuando hablas en una lengua que no es la tuya utilizas otro tono de voz? 

Ni estás loco ni estás haciendo mal las cosas; tampoco te conviertes en una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde al momento de apuntarte en la academia de idiomas. Quizás algún amigo o familiar te ha dicho incluso que «te haces el chulillo», «te pones interesante» o que «impostas la voz» cuando te toca hablar inglés durante el viaje de vacaciones.

Es un proceso común ampliamente observado para el que se barajan varios factores.

Echemos un vistazo.

La voz: una proyección del ser humano

El 16 de abril de cada año (y del que, al momento de publicar esto, ha pasado menos de una semana) se conmemora el Día Mundial de la Voz para «concientizar y difundir sobre el cuidado de la voz, que es nuestra identidad, y es la herramienta que tenemos para poder comunicarnos, expresarnos» a propuesta de la Federación Internacional de Sociedades de Otorrinolaringología

La voz es uno de nuestros principales canales de comunicación, y se produce a través del aparato fonador, que son las estructuras y órganos dentro de nuestro cuerpo que transforman la presión del aire en sonido. 

Eso en su faceta física, pero detrás hay un proceso neurológico de construcción y decodificación de mensajes. A fin de cuentas es lenguaje, un intercambio de ideas.

Pensamos y ejecutamos, y lo hacemos de una manera específica, porque cada persona es un mundo, pero también condicionados por aquello que nos rodea y por las circunstancias en las que nos desenvolvemos.

¿Qué sucede cuando hablamos más de un idioma?

Por un lado, en lo individual, la segunda lengua la aprendimos a un ritmo y en un ambiente distintos que la materna. Nuestros primeros pensamientos no fueron en ella.

Por otro, al ocupar un lugar en el entorno, cada idioma está sujeto a una serie de características lingüísticas y fonéticas, y también a unas normas culturales.

¿Entonces? Pues que sonamos distinto en una lengua y en la otra.

El cerebro: estación central

Estudios sobre el tema y explicaciones al respecto hay varias, y no hay una explicación comprobada al 100 %. Sin embargo, sí nos podemos valer de ellas para aproximarnos a entender este fenómeno.

Como vimos antes, si utilizamos la voz como un medio para comunicarnos, es porque existe un proceso de codificación y decodificación de mensajes del que parte.

En 2014, investigadores de la Northwestern University (Illinois, EE. UU.) llevaron a cabo un estudio sobre el funcionamiento del cerebro comparando a gente monolingüe con personas bilingües.

Una de sus conclusiones es que las áreas del cerebro utilizadas por unos y otros son distintas. Mientras que los monolingües utilizan en mayor medida aquellas dedicadas al lenguaje en sí, en los cerebros bilingües se activan otras zonas que se encargan de tomar decisiones sobre ese lenguaje. Una especie de análisis previo sobre el producto que se va a emitir.

En cada caso, el tren de la lengua hablada parte de un andén distinto en la estación central que es nuestro cerebro.

Caption: Estación de tren de Sao Bento, Porto (Portugal). Foto: F. Garrán.

Por otro lado, Kalim Gonzales, de la Universidad de Arizona, llevó a cabo una investigación en 2013, publicada en la revista Psychological Science, en la que explica que las personas bilingües «calibran su forma de emitir [la voz] para acomodarse a las normas acústicas de la lengua correspondiente».

Esto quiere decir que cada idioma tiene sus características sonoras propias, y cuando se trata de uno que no es nuestro materno, pensamos en cómo sonar lo más parecido posible a los hablantes nativos.

Pasamos, entonces, a la faceta física.

La orquesta de nuestro aparato fonador y la partitura de cada lengua

Distintas partes de nuestro cuerpo funcionan como resonadores. Son cavidades y estructuras que nos permiten proyectar el sonido que fabricamos para hacer sonar nuestra voz.

Cuáles utilizar en cada caso dependen de los sonidos propios de cada idioma.

Por ejemplo, en español tenemos cinco sonidos silábicos, pero en inglés hay 13, por lo que la lectura de una letra nos llevará a hacer un ejercicio de emisión distinto al de nuestra lengua materna.

Pensemos en la letra «e». El nombre «Mercedes» tiene tres sílabas que llevan la misma vocal. En español suenan exactamente igual. Sin embargo, un angloparlante nativo encontrará tres sonidos distintos para la «e» a la hora de pronunciarlo (sonaría algo así como «Merseidis»).

Caption: George Russell y Lewis Hamilton, pilotos del equipo de Formula 1 de Mercedes. Foto: The Independent.

Para producir esos sonidos distintos, jugamos con distintos resonadores de nuestro cuerpo, unos que no utilizaríamos al hablar en español.

Kati Järvinen realizó su tesis doctoral en la Universidad de Tampere (Finlandia) sobre este tema. En su estudio encontró que los finlandeses tienden a agudizar el tono de sus voces cuando se quieren expresar en inglés, por lo que, a nivel físico, realizan un cambio: someten a sus cuerdas vocales a una mayor presión.

El estrés y los nervios

También se ha estudiado el factor psicológico y la autopercepción que tenemos al hablar una lengua en la que no somos nativos.

Los nervios o el estrés que nos puede provocar el miedo a no saber comunicarnos adecuadamente suponen una presión que se resiente en distintas partes de nuestro cuerpo. Una de ellas son las cuerdas vocales, algo que nos lleva a pasar por el mismo fenómeno descrito por la finlandesa Kati Järvinen y que vimos en el apartado anterior: agudizamos el tono.

Por otro lado, ese mismo miedo nos puede empujar a intentar «pasar desapercibidos»; intentamos entonces que el sonido que emitimos no sea tan notorio, por lo que caemos en utilizar menos resonadores que los que usamos en una posición de comodidad.

La lingüista y comunicadora Hadar Shemesh lo explica de manera interesante en este vídeo:

Así que ni te haces el chulillo ni eres Mr. Hyde, sencillamente cuando cambias de lengua pasas por una serie de procesos que te llevan a sonar diferente.

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