De San Jerónimo y su Biblia al ucraniano más mexicano: el Día Internacional de la Traducción

Sep 30, 2022 | 0 Comentarios

San Jerónimo, de Dosso Dossi.

Suele hablarse de cómo la Biblia cristiana es el libro más traducido del mundo, pero poco se dice que su nacimiento, tal y como la conocemos, depende directamente de la traducción.

Más que un libro, es un compendio, y en algún momento hubo que organizarlo. Era el siglo IV de nuestra era cuando la cúpula de la Iglesia Católica, encabezada por el papa Dámaso I (gallego, hoy patrono de las y los arqueólogos) se reúne en Roma para establecer un canon bíblico; es decir, un listado de textos que fuesen considerados los aprobados como guía de su religión.

Estaban las Sagradas Escrituras de lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento y varios textos dispersos y en distintas lenguas; al parecer, escritos por gente cercana a Jesús de Nazareth. Para llevar el mensaje a todo el mundo que conocían, y que esperaban conocer, había que unificarlo.

Así, en el año 382 le pidieron a Eusebius Sophronius Hieronymus que tradujera los textos desde el griego, que dominaba, y el hebreo, que fue a reforzar a Belén auspiciado por una patricia romana, y con ello se compiló la vulgata editio, la «edición para el pueblo», escrita en latín para su difusión para todo el Imperio.

A ese texto lo conocemos como la Vulgata, a secas, y fue aprobada como canon cientos de años después, en el siglo XVI, durante el Concilio de Trento.

A Eusebius Sophronius Hieronymus le llamamos Jerónimo, y como santo que es, tiene su día en el santoral: 30 de septiembre.

Y es a partir de ello que cada 30 de septiembre celebramos el Día Internacional de la Traducción.

¡Yuju!

Un hito para nuestra profesión y un personaje de alta importancia, pero no es ni el único momento, ni el único lugar, ni el único objeto que han marcado a la traducción en los libros de historia.

Esta misma semana hemos recordado alguno más.

El día en que comenzamos a entender Egipto

Cuando Egipto era un reino y en su trono se sentaban los miembros de la dinastía ptolemaica, estos, descendientes de un general de Alejandro Magno, helenos de etnia, hicieron que su corte aprendiera griego, que era la lengua que manejaban.

En los días de Ptolomeo V se talló una estela en la ciudad de Menfis con un decreto suyo. La inscripción se hizo en tres sistemas de escritura: jeroglífico, demótico (egipcio) y, claro, griego.

Varios siglos después, en 1799, las tropas de otro gobernante, Napoleón Bonaparte, llegaron a esa tierra y encontraron la piedra de casi 800 kg. 

Esa es la piedra de Rosetta.

Ingleses y otomanos asediaron a los franceses, los tesoros históricos pasaron a manos de la Corona británica y, en 1822, a partir de algunas notas del aventurero William John Bankes, el profesor Jean-François Champollion redactó una carta con los jeroglíficos egipcios de la piedra decodificados.

Eso fue un 27 de septiembre, hace 200 años. A partir de entonces pudimos traducir las inscripciones del Antiguo Egipto.


[Este es un buen punto en el texto para mencionaros un artículo publicado por la revista Live Science que aborda la fascinación que había en el Antiguo Egipto por los gatos. Al parecer, les atribuían cualidades en dos vías: por un lado, los veían como seres protectores y leales; por otro, como fieros e independientes; de ahí que asignaran rasgos felinos a sus deidades]


La vía soviética hacia los mayas

En el siglo XVI, el fraile franciscano Diego de Landa, originario de la comarca de La Alcarria, recorrió cada rincón que pudo de la Península de Yucatán, entre los actuales México, Guatemala y Belice. Describió cuanto vio, y hasta elaboró un primer intento de alfabeto maya. Sin embargo, mandó a quemar varios códices y artefactos de la época, acusando una conjura diabólica entre los pobladores de aquella tierra.

Una parte importante de la civilización maya, los grandes dominadores de Mesoamérica, se perdió en ese momento.

Pasaron los siglos y en el Viejo Continente estalló la Segunda Guerra Mundial. El lingüista soviético Yuri Valentínovich Knórozov, nacido en la actual Ucrania, se vio inmerso en el conflicto. Su unidad participó en la entrada del Ejército Rojo a Berlín, y fue en la capital alemana en la que se encontró con dos textos que sacarían del silencio a esa sociedad que llegó a formar un imperio: La relación de las cosas de Yucatán, de Diego de Landa, y un compendio de facsímiles de los códices mayas conocidos al momento (París, Dresde y Madrid).

Comenzó su tarea, la cual puede explicarse con una cita suya:

«No hay escrituras indescifrables, cualquier sistema de escritura producida por el hombre puede ser leído por el hombre».

Knórozov descifró que el sistema maya de escritura se basa en un sistema fonético en el que cada glifo corresponde a una combinación silábica consonante-vocal.

A partir de ello descubrimos el significado de una cantidad importante de símbolos mayas.

Tanto México como Guatemala le condecoraron, por lo que también es suya la frase «en mi corazón siempre seré mexicano».

La ciudad de las tres culturas, cuna de la traducción

Fue carpetana, fue romana, estuvo en Al-Ándalus, sirvió como capital de la corte castellana, acogió a los judíos… por Toledo han pasado cuantos pueblos se nos ocurran pero, además de ello, han convivido en sus calles, pasajes, puentes y rivera.

A día de hoy hay baldosas que te indican si estás en el sector cristiano, en el musulmán o en el judío y, aunque tanto la mezquita (Cristo de la Luz) como la sinagoga (Santa María la Blanca) han pasado a tener nombres católicos, la convergencia de religiones se deja notar.

Por eso la llaman la «ciudad de las tres culturas».

Y, claro, la convivencia no sería nada más de credos o tradiciones, sino de lenguas.

Textos griegos, que habían sido traducidos al árabe, volvieron a Europa a través de los omeyas…

…y con la conquista de Toledo por parte de Alfonso VI en 1085, pues era ciudad musulmana, el arzobispo Raimundo de Sauvetat partió de esa convivencia pacífica entre pueblos para convertir a la ciudad en el punto de traducción para los libros y documentos requeridos desde distintos despachos de la Corte repartidos por todo el reino.

Esa condición es la que da inicio a la llamada Escuela de Traductores de Toledo.

. . .

Así que hoy, 30 de septiembre, hacemos una marca en el calendario para celebrar nuestra profesión, pero si algo nos demuestran los libros de historia es que, esta ha estado presente desde hace tanto tiempo y en tantos momentos claves para la humanidad que, si de fechas se trata, tenemos para elegir.

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